14 dic 2022
El tracto gastrointestinal (GI) es una de las conexiones más importantes entre el humano, el medio ambiente y los antígenos que entran al cuerpo. Además de la ingesta de alimentos al tracto GI, todos los días se ingieren incontables microorganismos del medio ambiente; los cuales representan un riesgo para la integridad del intestino. La gran densidad de microorganismos que residen en los intestinos es conocida como microbiota intestinal y se compone de un conjunto de bacterias, arqueas, eucariotas y virus. La microbiota intestinal ha evolucionado junto con el humano a través de los años para formar una relación complicada y mutuamente benéfica.1,2 En las últimas décadas se ha estudiado extensivamente esta relación. Se ha encontrado que, a través de funciones fisiológicas, la microbiota intestinal proporciona múltiples beneficios al ser humano, como el fortalecimiento de la integridad intestinal, la generación del epitelio intestinal, la producción de energía, la defensa contra patógenos y la regulación del sistema inmunitario.2,3 No obstante, existe la posibilidad de que estos procesos se vean interrumpidos como resultado de una alteración en la composición de la microbiota intestinal, conocida como disbiosis. Diversos estudios han identificado que dicha composición es moldeada por factores ambientales, como la dieta y factores genéticos.2,4 Se cree que el desarrollo de la microbiota intestinal comienza en el nacimiento; sin embargo, algunos estudios han encontrado la presencia de microorganismos en la placenta, líquido amniótico y el cordón umbilical, lo cual lleva a creer que la microbiota empieza a formarse en el interior del útero.2,5 Al nacer, el método de parto es el factor más significativo en la composición de la microbiota intestinal del lactante. La microbiota intestinal de los bebés nacidos por cesárea tiene propiedades diferentes a la de los bebés nacidos por vía vaginal, incluida una menor diversidad y abundancia y un retraso en la colonización de las especies de Bacteroides.6 Durante el primer año de vida, la microbiota intestinal es relativamente simple y se va modificando hasta volverse tan compleja en diversidad, composición y funciones como la de un adulto. Esta complejidad es alcanzada alrededor de los 2 a 3 años, con el consumo regular de alimentos sólidos. La composición de la microbiota intestinal puede verse fácilmente perturbada por factores como las enfermedades, el tratamiento con antibióticos y la dieta.2,5 La dieta del lactante tiene una alta influencia en la composición de la microbiota intestinal. La leche materna es una fuente importante para la colonización bacteriana; estudios han encontrado que los bebés alimentados con leche de fórmula tienen una menor abundancia de Bifidobacterias en comparación con los bebés alimentados al seno materno. Los beneficios de la alimentación con leche materna, como la protección contra infecciones, disminución del riesgo de obesidad y la incidencia de alergias, se deben a la secreción de inmunoglobulinas, lactoferrina y distintas bacterias, específicamente Bifidobacterias. Asimismo, la leche materna contiene prebióticos en forma de oligosacáridos que estimulan el desarrollo de grupos de bacterias específicas.7-9 Otra de las razones por las cuales la microbiota intestinal del lactante puede presentar una disbiosis,es por el tratamiento con antibióticos. Estos medicamentos pueden causar una resistencia a la colonización del intestino, lo que resulta en diarrea y dolor abdominal, entre otros síntomas. La diarrea asociada con antibióticos (DAA) está ligada a una alteración en la integridad de la mucosa intestinal y en el metabolismo de vitaminas y minerales.10 Se ha reportado que la incidencia de este padecimiento varía entre un 11 y un 40% en pacientes pediátricos y el riesgo de padecerlo puede aumentar con el uso de aminopenicilinas con o sin clavulanato, cefalosporinas, clindamicina y, en general, antibióticos activos contra anaerobios. La exposición a antibióticos en niños se ha ligado con un mayor riesgo de obesidad, diabetes, enfermedad inflamatoria intestinal, asma y alergias.10,11 La DAA se puede prevenir al fortalecer la microbiota intestinal de los menores de edad que reciben tratamiento con antibióticos al añadir la administración de probióticos. Los probióticos se definen como “microorganismos vivos que, al ser administrados en cantidades adecuadas, confieren un beneficio a la salud del huésped”.12 Los probióticos conceden beneficios al modular la composición de la microbiota intestinal, proteger la integridad de la barrera intestinal, prevenir la translocación bacteriana y regular la respuesta inmunitaria; sin embargo, los probióticos tienen efectos específicos a cada cepa y especie.13 Algunos autores indican que existe evidencia de que el uso de probióticos ayuda a disminuir la frecuencia y duración de los episodios de diarrea.12 En una revisión Cochrane realizada en 2019, en la que se analizaron 33 estudios para determinar si la administración de probióticos previene la incidencia de la DAA en niños, se encontró que los probióticos disminuyen la ocurrencia de diarrea comparados con placebo o grupos control y pueden ayudar a reducir la duración hasta un día. También se detectó que la dosis mínima para conferir un efecto beneficioso es de 5 billones de UFC al día con una dosis máxima de 40 billones de UFC al día.10 Diferentes cepas de probióticos han sido consideradas para la intervención en lactantes con DAA. Resultados de diferentes estudios han sido consistentes en que las dosis son benéficas cuando se administra una cepa o la combinación de múltiples cepas. No obstante, se ha encontrado que la cepa que ha demostrado la mayor eficacia en el tratamiento es Lactobacillus rhamnosus GG, seguida de Saccharomyces boulardii, debido a su baja incidencia de efectos adversos.13,14 Una de las cepas más estudiadas es el Lactobacillus rhamnosus GG, con efectos demostrados en el tratamiento y prevención de trastornos gastrointestinales como la DAA y la gastroenteritis aguda.15 En una revisión Cochrane del 2015, se demostró que L. rhamnosus GG es el probiótico más seguro para la prevención de la DAA, comparado con otras cepas, debido a la falta de asociación con efectos adversos graves.13 Además, en un metaanálisis reciente en el que se evaluó la eficacia de L. rhamnosus GG en la prevención de la DAA, se encontró una reducción del riesgo de DAA de un 13.4% en niños intervenidos con L. rhamnosus GG comparado con placebo o sin tratamiento.16,17 L. rhamnosus GG tiene una alta capacidad de colonizar el intestino debido a su anatomía y a su producción de proteínas solubles, que incrementan su adherencia a la pared intestinal; una vez unido produce una biocapa que protege la mucosa intestinal y diferentes factores solubles que han demostrado ser beneficiosos para la integridad del intestino.18,19 L. rhamnosus GG tiene una acción protectora contra infecciones a través de una proteína similar a la lectina 1 y 2 con actividad inhibidora de patógenos como Salmonella spp. y E. coli spp.20 Al mismo tiempo, L. rhamnosus GG es capaz de promover la respuesta inmunitaria tipo 1 al reducir la actividad de marcadores de inflamación y al incrementar la producción de la interleucina (IL) 10, IL 12 y factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α).21 La información actual sugiere que L. rhamnosus GG puede reducir la duración de la diarrea hasta 1.5 días, especialmente cuando se administran dosis por arriba de los 10 billones de UFC. Un metaanálisis reciente determinó que el tratamiento con L. rhamnosus GG puede reducir la frecuencia e intensidad del dolor abdominal en niños, especialmente en pacientes con síndrome de intestino irritable (SII).19 Además de la DAA, existe una alta prevalencia de trastornos gastrointestinales funcionales en niños. Por ejemplo, uno de cada dos lactantes sufre de algún trastorno gastrointestinal, como cólico abdominal y estreñimiento; los cuales son los más comunes.21,22 El cólico abdominal se identifica como un llanto excesivo (> 3 horas al día), difícil de calmar, que se da entre los 0 y los 3 meses de edad, siendo que en la mayoría de los casos este padecimiento se detiene alrededor de los 4 meses de edad. Se ha propuesto que la causa del cólico se debe a una alteración en la microbiota intestinal, lo cual afecta la función motora del intestino, aumenta la producción de gas y promueve la inflamación intestinal, teniendo como consecuencia el dolor abdominal.22 Varios estudios han indicado que la microbiota intestinal de los bebés con cólico es menos diversa y tiene una mayor cantidad de proteobacterias que la de los bebés sanos, en la cual se presenta una cantidad más alta de bifidobacterias y lactobacilos. Es por esto por lo que diferentes autores han propuesto el uso de probióticos para el tratamiento de los lactantes con cólico.22,23 Entre los probióticos propuestos para el tratamiento del cólico abdominal se encuentran Pediococcus pentosaceus y Bifidobacterium longum. P. pentosaceustiene la capacidad de incitar la producción de IL-10, la cual tiene un efecto antiinflamatorio; y B. longum tiene una actividad antimicrobiana, además de que es la especie de bifidobacteria más prevalente en el intestino del lactante. Diversos estudios han demostrado que ambas cepas pueden producir compuestos antimicrobianos que muestran un efecto acumulativo al combinarse.24-26 La combinación de P. pentosaceus con B. longum ha demostrado una importante actividad inhibitoria de patógenos de alto espectro y enteropatógenos productores de gas.24 En un estudio realizado con 90 bebés, en el que se buscó evaluar la eficacia de la combinación de P. pentosaceus con B. longum, se encontró una reducción en el tiempo de llanto diario y la frecuencia de los episodios comparado con el grupo placebo; también se encontró una diferencia en la frecuencia de las defecaciones, que fue notable desde el día 1 de la intervención.23 Además de las cepas de probióticos ya mencionadas, algunos autores recomiendan la suplementación con prebióticos, componentes alimentarios no digeribles que promueven el crecimiento de microorganismos intestinales y que ayudan a estimular la proliferación de ciertas especies de bacterias, especialmente bifidobacterias y lactobacilos.27 Los prebióticos normalmente se encuentran en forma de oligosacáridos, como los fructooligosacáridos (FOS), inulina, galactooligosacáridos (GOS) y oligosacáridos de soya.28 Algunas fórmulas de leche infantil contienen nucleótidos que, a pesar de no ser prebióticos, funcionan como prebióticos al tener propiedades inmunomoduladoras e intestinales. En años recientes, ciertas fórmulas también han sido adicionadas con oligosacáridos; sin embargo, no existe suficiente evidencia sobre su eficacia clínica. Por otro lado, la leche materna contiene una gran cantidad de oligosacáridos y nucleótidos en su composición, por lo que funciona como un prebiótico natural en lactantes para estimular el desarrollo de la microbiota intestinal.28,29 La suplementación de prebióticos en lactantes ha sido estudiada por algunos científicos y se ha encontrado que después de la suplementación con oligosacáridos, las heces de los bebés presentaban significativamente más bifidobacterias y lactobacilos sin ningún efecto adverso en comparación con el grupo que no recibió la suplementación.28 De igual manera, la suplementación con zinc en lactantes con diarrea, especialmente diarrea aguda, ha sido ampliamente estudiada. En el 2004, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en conjunto con el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, por sus siglas en inglés) agregó recomendaciones de suplementación con zinc durante 10 a 14 días para el tratamiento de la diarrea en pacientes pediátricos como respuesta a numerosos ensayos controlados aleatorios, metaanálisis y revisiones que demuestran la eficacia del zinc para reducir la duración y la gravedad de los episodios de diarrea.30 Se ha comprobado que los beneficios que tiene la suplementación de zinc se deben a su capacidad para mejorar la absorción de agua y electrolitos a nivel intestinal y a su papel en la salud intestinal e inmunitaria, lo que reduce la probabilidad de infecciones en los siguientes 2 a 3 meses. El zinc es esencial para el mantenimiento de bacterias propias de la microbiota intestinal. Diferentes estudios han mostrado la relación entre la deficiencia de zinc y la alteración de la microbiota intestinal, demostrando una menor diversidad de microorganismos.31 La cosuplementación de zinc, prebióticos y probióticos potencializa los efectos benéficos de los probióticos, especialmente la respuesta antiinflamatoria.32 Diversos estudios han demostrado que el zinc juega un papel importante en la modulación de la resistencia del huésped a los agentes infecciosos.33 En conclusión, se ha indicado que los trastornos gastrointestinales funcionales del lactante pueden originarse por la disbiosis; la cual puede ser causada por tratamientos antivirales, factores dietéticos o factores genéticos. Las fórmulas probióticas que contienen L. rhamnosus GG, P. pentosaceus y B. longum, así como Saccharomyces boulardii, son altamente efectivas en el tratamiento de la diarrea aguda Infantil y la diarrea asociada con antibióticos. L. rhamnosus GG y S. boulardii son las dos únicas cepas probióticas con una recomendación positiva del Grupo de Trabajo de Probióticos de la ESPGHAN.34 En términos de seguridad, ninguna de las cepas (L. rhamnosus GG, P. pentasaceus o B. longum) muestran efectos adversos en los estudios clínicos, mientras que S. boulardii puede ocasionar fungemia en pacientes inmunocomprometidos.35,36 Para prevenir o tratar estos trastornos se debe consultar a un médico especialista que valore la suplementación de prebióticos, probióticos y zinc en el manejo de los trastornos funcionales gastrointestinales del lactante. Referencias