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25 feb 2019

Diabesidad: el diluvio que viene, ya llegó

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Diabesidad


El diluvio que viene es el título de una divertida comedia musical italiana de los autores Pietro Garinei y Sandro Giovannini, basada en la famosa frase del rey Luis XV o de su célebre amante, Madame de Pompadour: “ Après moi, le déluge ” o “ Après nous, le déluge ” (“Después de mí [o de nosotros], el diluvio”).


El monarca y su querida querían señalar probablemente que en lontananza ya se avizoraba la Revolución que finalmente descabezaría (literal y figuradamente) al afrentoso régimen absolutista francés.


Pero otros interpretan la frase de marras como una manifestación del supremo desdén de esta odiosa pareja por lo que pudiera pasar después de su partida.


Parecida a nuestra frase campirana: “El que venga atrás que arree”, la manifestación del rey galo, vidente o cínica, nos viene como anillo al dedo para describir la desatención que ha merecido de muchas autoridades las epidemias de obesidad y diabetes, o como dan en llamar ahora, de la “diabesidad”, 1 habida cuenta las ligas fisiopatológicas, clínicas y epidemiológicas entre ambas condiciones.


En pocos lustros el país experimentó una acelerada transición epidemiológica, a la par que un envejecimiento poblacional que pareció pillar a todos por sorpresa.


Las enfermedades infecciosas y parasitarias disminuyeron su importancia epidemiológica y dejaron de ser las principales causas de morbilidad y mortalidad general, a la vez que surgieron las epidemias de males crónico-degenerativos, que en pocos años desplegaron con gran fuerza sus consecuencias fatales y discapacitantes.


Hubo tiempo, sin duda, para hacer frente a las nuevas amenazas, pues el flagelo no surgió de la noche a la mañana.


Las estadísticas generadas por el mismo gobierno federal, por ejemplo, constataron el incremento año por año de la mortalidad atribuida a la diabetes mellitus (DM), desde 1940, en que la tasa era de 4.2 por 100,000 habitantes, hasta la estimada en 2012, de 70, es decir, un incremento de 1,666%. 2 Sin hipérbole alguna, este hecho es catastrófico.


Y si aparte de contar las muertes se consideran además otros problemas inherentes a la diabesidad, como son los desenlaces mórbidos discapacitantes cerebrales, los síndromes coronarios, la ceguera, las amputaciones no traumáticas, la falla renal terminal y la insuficiencia cardiaca, 3 entre otras muchas entidades clínicas, el panorama se vuelve casi apocalíptico.


Todas estas condiciones además de letales y discapacitantes son causa de onerosos gastos que desembolsa el Estado mismo o los particulares.


El impacto económico y social no se ha estimado del todo, pero debe ser extraordinariamente gravoso para las finanzas públicas y privadas.


Sólo considerando los costos directos de la atención clínica de la DM y sus complicaciones y los indirectos (como la discapacidad y los gastos de la muerte), en el año 2011, la enfermedad le costó al país la escalofriante suma de más de 7,000 millones de dólares. 4


Pese al costo en vidas humanas, la magnitud de los gastos y las pérdidas económicas secundarias causadas por la DM, 12 administraciones federales han pasado desde 1940, viendo año con año como va en aumento la tasa de muerte por esta terrible enfermedad, sin que hasta la fecha se haya echado a andar un programa de atención global o de prevención primaria, digno de ese nombre, que detenga o, al menos, aminore o palie la fuerza del flagelo.


Pero no sólo ha fallado el Estado sino la sociedad entera, comenzando por la comunidad médica, cuyos miembros nos hemos cruzado de brazos, de manera impotente, viendo cómo se apila el número de víctimas.


Todos somos un poco o un mucho responsables de este estado de cosas, por omisión, comisión, negligencia, ignorancia o cobardía.


En este catálogo de culpables, ocupan un primerísimo lugar la industria de alimentos, refrescos y golosinas, los restauranteros, ganaderos y productores de alimentos lácteos.


Pero tampoco es posible exculpar a la sociedad en general, que ha adoptado un estilo de vida pernicioso, a sabiendas del daño que se inflige a sí misma. Y al final pero no al último, hay que señalar que los medios masivos de comunicación, sobre todo la televisión, no han atendido al bien común, sino más bien han sido el vehículo propagandístico de los intereses económicos de esos poderes fácticos al servicio de la enfermedad y de la muerte.


Pero repartir culpas y señalar pecados no va a solucionar el problema. Como todos somos culpables y a todos nos puede golpear la enfermedad, de todos es la responsabilidad de encontrar una solución.


Sin recurrir a un antigobiernismo pueril, sí hay que dejar claro, que sin la decidida intervención del Estado, toda lucha contra la diabesidad está condenada de antemano, si no a la inutilidad, sí a un alcance limitado.


Por mandato constitucional el Estado tiene la obligación de promover y conservar la salud de los ciudadanos y son las políticas públicas las que pueden cambiar la situación.


Éstas se definen como las actividades específicas que desarrolla el Estado a través de sus diferentes instancias, ejecutiva, legislativa y judicial, para atender, solucionar, reducir o prevenir un problema de magnitud social.


La fuerza de esas políticas es tal que puede cambiar en poco tiempo una circunstancia adversa.


La biología particularmente compleja de estas enfermedades crónico-degenerativas hace desde el principio difícil su control clínico y epidemiológico.


No es dable, como en algunas enfermedades infectocontagiosas, usar una vacuna, como en el caso de la poliomielitis o la viruela, domeñadas por medio de extensas campañas de inoculación.


Hablamos de enfermedades en cuya génesis se mezclan genes y fenotipos, hormonas y citocinas, enzimas, agentes autacoides, receptores e intricados mecanismos de integración orgánica. Y para colmo, el otro gran tronco etiológico de estas enfermedades es el estilo de vida malsano que prácticamente todos los estamentos de nuestra sociedad, desde los pobres hasta los ricos, han abrazado: alimentación excesiva en calorías, grasa animal, sal y químicos de toda laya, a la vez que correlativamente, pobre en fibra y otros productos vegetales.


El sedentarismo y el consumo de tabaco, más la falta de moderación en la ingestión de alcohol, también contribuyen a la delineación de este escenario propatogénico.


En este sentido, los mexicanos enfrentamos dos calamidades biológicas, pues de un lado tenemos una composición genética que nos hace susceptibles a la obesidad y a la DM y de otro, un estilo de vida pernicioso, obesogénico y patogénico.


Para colmo, como ya se mencionó hay poderosísimos grupos económicos, representados y respaldados por altos empleados públicos, políticos y consorcios mediáticos, que ponen los intereses empresariales por encima de la salud de la población.


Pero como sucede con otros males epidémicos, la misma fuerza de la epidemia es el mejor argumento disuasivo para gobiernos, comunidades e individuos.


El costo de la diabesidad es tal que en nuestro país ya es una amenaza real para la estructura y la capacidad del endeble sistema de salud, limitando el crecimiento económico del país y su planta productiva.


Urge entonces una vasta acción colectiva, planeada, alentada, liderada y ejecutada por los órganos de salud del Estado, en donde todos participemos para combatir a la obesidad, que es el precedente y motor que impulsa el surgimiento de la DM.


El diluvio que viene, ya llegó, pero aunque ha provocado serios encharcamientos en el sistema de salud, todavía no termina de ahogarlo por completo. Aún estamos a tiempo.



Referencias


1.- Farag YMK, Gaball MR. Diabesity: an overview of a rising epidemic. Nephrol Dial Transplant 2011;26:28-35


2.- Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Anuario Estadístico de la República Mexicana; Sistema Nacional de Información en Salud (SINAIS). http://www.mexicomaxico.org/Voto/MortalidadCausas.htm


3.- Fowler MJ. Microvascular and macrovascular complications of diabetes. Clin Diab 2008;26:77-82


4.- Arredondo A, Reyes G. Health disparities from economic burden of diabetes in middle-income countries: evidence from México. PLoS One 2013;8:e68443



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